Más allá de los bellos discursos de Barack Obama y Francois Hollande, el geógrafo Manlio Dinucci observa la realidad de las acciones de Estados Unidos y Francia en África.
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Acciones emprendidas por todas partes como operaciones precisas o locales de carácter humanitario cuando en realidad son parte de un vasto y sistemático esfuerzo de recolonización.

En el preciso momento en que el presidente demócrata Barack Obama reafirmaba en su discurso de investidura que Estados Unidos, «fuente de esperanza para los pobres, apoya la democracia en África», gigantescos aviones estadounidenses C-17 transportaban tropas francesas hacia Mali, donde Washington puso el año pasado en el poder al capitán Sanogo, entrenado en Estados Unidos por el Pentágono y la CIA, agudizando así los conflictos internos.

La rapidez que caracterizó el inicio de la operación militar, oficialmente para proteger Mali ante el avance de los rebeldes islamistas, demuestra que esta había sido planificada con mucha antelación por el [presidente] socialista [francés] Francois Hollande. La inmediata colaboración de Estados Unidos y de la Unión Europea, que decidió enviar a Mali especialistas militares a cargo de misiones de entrenamiento y comando, demuestra que la operación se planificó de forma conjunta entre Washington, París, Londres y otras capitales.

Las potencias occidentales, cuyas empresas transnacionales rivalizan entre sí tratando de acaparar los mercados y las fuentes de materias primas, se unen sin embargo cuando peligran sus intereses comunes, como los que hoy están peligro en África a causa de las revueltas populares y la competencia china.

Mali, uno de los países más pobres del mundo (con un ingreso medio por habitante 60 veces inferior al de los italianos y con más de la mitad de su población por debajo del umbral de pobreza), es sin embargo muy rico en materias primas: exporta oro y coltan, pero las ganancias van a los bolsillos de las transnacionales y de la élite local.

Lo mismo sucede en el vecino Níger, país más pobre aún (con un ingreso por habitante 100 veces inferior al italiano) a pesar de ser uno de los países más ricos en uranio, cuya extracción y exportación están en manos de la transnacional francesa Areva. No es por casualidad que, al mismo tiempo que emprendía la operación en Mali, París envió fuerzas especiales a Níger.

Situación similar a la de Chad, país cuyos ricos yacimientos de petróleo son explotados por la compañía estadounidense Exxon Mobil y por otras transnacionales (pero varias compañías chinas están comenzando a hacerse presentes). Lo que queda de las ganancias va a los bolsillos de las élites locales. El obispo comboniano [1] Michele Russo fue expulsado de Chad, en octubre de 2012, por haber criticado ese mecanismo.

Níger y Chad ponen también miles de soldados que, bajo las órdenes de los militares franceses, están siendo enviados a Mali para abrir un segundo frente. Lo que ha comenzado en Mali, con las tropas franceses como punta de lanza, es por lo tanto una operación de gran envergadura que, desde el Sahel, se extiende hacia el África occidental y oriental. Esta operación se conjuga con la que comenzó, en el norte de África, con la destrucción del Estado libio y las maniobras para ahogar, en Egipto y otros países, las revueltas populares.

Una operación a largo plazo que forma parte del plan estratégico tendiente a poner todo el continente africano bajo el control militar de las «grandes democracias», que hoy vuelven a África con casco colonial pintado con los colores de la paz.